domingo, 21 de noviembre de 2010

Aún estaba allí (Relato)

[Queridos seguidores de este blog tan poco concurrido. Os traigo una muestra de un relato que escribí cuando apenas era un pequeño. Lo que no quiere decir que he crecido. Es un escrito bastante barato. No es optimista pero no puedo ofrecer nada en este momento. Cuando salga de mis ocupaciones de ver como me creo una garantía de vida, retomo el negocio de la escritura. El escrito es pobre en imágenes y usualmente repetitivo con algunas palabras. Era la época en que no acariciaba el proceso idiomático, ni me esmeraba en hacerlo. He aquí: ]



Aún estaba allí


Aún estaba allí. Parecía que buena parte de la vida se consumía con el sólo hecho de mirar por la ventana, mi ventana, mi vida y muerte.

Sorprendido en la acción madre del ser, revolaba a la idea inicial de la vida inconclusa inconsistente de alguna mater –o pater– filosófica; de ausencia de un Tótem para mantener la llama de la vela encendida, para arar en las almas de todos los personajes que en mi vida habían comenzado hacer historias y, cuando se fueron, ya las habían terminado.

Nunca había tenido tanta sensación junta de tiempo perdido. Siempre el estado de mi espíritu estaba vinculado a la desaparición del tiempo irreal que, quizás para mi, el tiempo que había perdido. Conjugaba una suerte de formula matemática en donde: Yo (sujeto) más silencio (esencia) daban como resultado: tiempo recuperado o meditado, en el mejor de los casos. Pero era todo una falsedad. Yo estaba consiente que toda mi existencia en este cúmulo de mierda, por donde transito y por donde me desenvuelvo, era todo unas cuantas series físicas contaminadas de la relatividad, que hacían de mi tiempo un momento perdido, un pedazo de carne masticado y echado al estomago para, rato más tarde, continuar con lo que falta.

Esa era la frase que a todos nos gustaba "rato más tarde", parece que la gente piensa que los ratos de ocio, no son sino una pendejada y ya. Pero en mi caso, los ratos de ocio eran los peores en mi vida, ya que en tanto ocio uno puede pensar, desde la más miserable y estúpida palabra que decimos cuando se nos acerca el momento de hablar, esa cuando nos referimos a la otredad que tenemos al frente, pasando por las canciones del colegio, para concluir en la nada: en el silencio, en la locura de los filósofos ermitaños que lograron pensar y pensar hasta que la muerte los atrapó como flechazo de cupido.

El [bajar la mirada es parte de ese] "rato más tarde" que se impregna en la boca como la saliva a diario; como los días en que el sol está oscuro mostrándome la noche; como la certeza de que el amor es un misterio y como la mujer es un misterio que, en ella se sintetiza la farsa careta de la luna como espejo o, la careta de payaso cuando comienza a dejar de laborar después de un día histérico.

Esta frase logra conducirme al espacio de la absoluta estupidez en la que el hombre gira, en este estrado o patíbulo que nos carcome los huesos todos los día, esa compañera que logra preocuparnos cuando pensamos un poco más allá de donde llegan nuestros ojos, esa amiga y enemiga que nos salva en la batalla de la carne que llevamos, pero que más tarde, buscará llevarse un pedazo de nuestro cuerpo, de nuestra vida; esta buena amante que logra cruzar caricias y palabras conmigo cuando estoy trepando el edificio del estasis y, que sin titubeos me empuja para caerme; esa loca enamorada que profesa no dejarme un día tranquilo, siempre y cuándo, siga atormentándome con su presencia los días siguientes; esa flor enfermiza que me da en la frente, diciéndome: «Tonto apresúrate que mañana debes estar aquí»; esa maestra y dictador que no me permite hacer lo qué quiero y lo qué no quiero tampoco.

Esta contaminada idea del ser, conjuntamente la razón de la conciencia y de la memoria, marcan los pasos de mi existencia como la aguja de los segundos del reloj que llevo en la muñeca izquierda. En esta ida y regreso del mundo de los vivos, mi existencia carece de respuesta a todo lo palpable, lo perfecto. En busca de esa perfección, trato de roer los papeles de la belleza de los espacios de cercanos; revelo el instinto animal que llevo internamente en mi cabeza, buscando el martillo para matar perfectamente y con una sutil belleza a papá; destrozo los momentos del amor para cubrirlos de sangre, moretones y hondas cortadas… Y cuando ya tengo confabulada mi idea de la muerte feliz y perfecta, llegan las campanadas de la conciencia, produciéndome una sensación de mareos e inestabilidad en los miembros inferiores.

Soy enemigo de la conciencia. Contra ella batallo a cada instante, para convertirla, entre mis manos, en una desesperada prisionera mía. En los espacios de silencio, juego con ella como gatito en busca de comida, como perro en busca de cariño, como juega el hombre con las putas en busca de un cariño rápido, no para toda la vida. Con ella fumo, bebo y hago el amor, aunque esta última es difícil, se logra. Sé de la existencia de otra parte de mí que no está en mí, y es la valentía de soportarla, de tenerla en el piso cuando estoy ganando la batalla, cuando falta poco para introducirle la bala.

En la pax de mi verbo, ella comienza con el hormigueo habitual de la risa fría y falsa a la vez, colocando puntos y comas, palabras de otras instancias, procurando lamer en hueso de mi gorda y hedionda cabeza para comenzar a dar sus golpes de helio en mi morada, o en la cama, o en la ducha, en todos los lugares, menos cuando callo.

Con el silencio, criticado por muchos; y añorados por otros, esta fiera salvaje que tengo encima se tranquiliza, ella no consigue aliento ni aire alguno para estar cerca, con esto la traspaso como niño cortando papel… En mi boca mal cerrada no identifico su cercanía, de hecho, no está. Para mis ojos con los que veo a la gente que no esta en mi ventana, esa gente ida, mantengo en alto mi casa, y esta comienza a morir.

Con este estado perfecto de la invención humana, tengo mis respuestas concentradas en el marco de ésta ventana muda. La abulia parece ser una tarjeta de invitación a una fiesta en los lugares de la muerte, acompañado de otros, que lograron ser nadie. Concentrando los conocimientos a este recurso -la abulia- desbarato la imagen del Dios castigador de mis actos, esta diosa y fuerza divina conduce los caminos que tropiezo a cada instante, ella, quien tanto odio, logra permitirme en la odisea humana, mi odisea, mi yo Ulises combatiendo perennemente contra toda ciencia, contra toda estupidez propia. Para siempre volver a mi estado real, ese de todos, en el que convengo con el mundo y contra él.

A pesar de mis esfuerzos, aun sigues aquí, como el alertado cuervo de Poe; mientras, creo y profeso, que te alejaste regresando a tu espacio, ese lugar donde la ruta de la vida, es como cuando estamos atravesando un camino alumbrado por la vela que llevamos en la mano, iluminando lo que queremos ver, sin saber que hay más allá o que fue lo que dejamos atrás… no sé.
(2003)