lunes, 26 de diciembre de 2011

Mephisto y el arte de aceptación

La aceptación en muchas oportunidades ha llegado a ser un arte. Quizás no se trate del mejor o el más impoluto pero puede pasar como tal; puede ser engañoso, por su proveniencia siniestra, y hasta sumiso y cobarde cuando los intereses dogmáticos lo doblegan hasta hacerlo servil. En 1981 una película llegó a la gran pantalla con la intención de ser, posteriormente, un recuerdo importante del cine mundial: Mephisto.

La aceptación es el espejismo del triunfo, de la ovación que acompaña a Hendrik Höfgen, un actor provinciano lleno de esperanzas por triunfar en las tablas del Berliner Opernhaus, y que por voluntad propia se convierte en uno de los tantos elementos propagandísticos del gobierno nazi en la década de los treinta. En 114 minutos ocurre el proceso de transformación de Höfgen al igual que el de quienes se identifican con el Tercer Reich, especialmente, el pueblo alemán. Los nazis, educadamente, le niegan el derecho de seguir usando el teatro traído de Rusia por la necesidad de expresar las costumbres alemanas para difundir las raíces nacionales como parte de un nuevo paradigma y una nueva sociedad (incluyendo al hombre y a la mujer alemanes). Seguido de sostener y defender esta postura ante y para el pueblo obrero, poseedor de los engranajes primordiales del nacionalsocialismo que tanto necesitan y aclaman mutuamente las nuevas generaciones y la administración hitleriana. Con el común articulado de que el artista no es un sujeto político, Höfgen termina entregando su libertad a cambio de poder estrenar caprichosamente a Hamlet. Listas negras, asesinatos a mansalva, exilios voluntarios y la política de la raza pura rondan este capricho y se convierten en el trasfondo del filme.

El Mephisto de István Szabó, visto treinta años más tarde, no sólo se trata de cómo un actor entrega su dignidad al partido nazi mientras éste hace lo que le viene en gana con Alemania, sus seguidores y sus disidentes. En el siglo XX se repite más de una vez el mismo episodio: la imposición de una nueva cultura por parte del partido que toma el poder. Por ejemplo: durante el leninismo en la vieja URSS surge la estética soviética, proletaria, socialista, revolucionaria e industrial que se mantuvo hasta la caída del muro de Berlín. El caso de la opera europea y sus tantas clausuras en China después de la revolución maoísta. El extinto cine dogmático y dolo de Corea del Norte, del que no se sabe nada porque nada puede decir. El conservadurismo católico que vivió la España franquista. También, y por qué no decirlo, todo el control informativo por las grandes cadenas de televisión que en muchas oportunidades viven los norteamericanos tras de los sucesos de Irak. O el caso más triste y cercano: Cuba, donde la nueva política cultural de la revolución terminó impregnando todo, desde la música hasta los textos académicos, de un betún cesarista sobre los líderes de la revolución y las proezas de índole revolucionario desplegadas en el mundo entero; mientras que, la mayoría de los poetas y escritores del neobarroco terminaron siendo enemigos del sistema por tener, cinco o diez años más tarde, contradicciones severas con la política del Estado; unos salieron y vivieron en el exilio y otros, por mala fortuna, terminaron entregados al inxilio, tal es el caso de la invisibilización de José Lezama Lima y su obra -por no hablar de Reinaldo Arenas-.

En nuestro tiempo han surgido los intentos por consolidar una nueva cultura, con nuevos actores resignados a pagar el sacrificio y con nuevas palabras que hasta llegan a tomar características de la “neolengua”, al mero estilo de George Orwell en 1984. Todo se permite voluntaria o resignadamente por la ideología del partido y de los motivos que tiene siempre su líder. Tanto el neoliberalismo como el socialismo del siglo XXI tienen sus mephistos o Höfgens. En Venezuela, en medio de una “revolución” que debería de propiciar principalmente la crítica como ejercicio moral, los mephistos han llegado al punto de aceptar sumisamente las decisiones que pasan por el partido y que terminan siendo institucionalidad del Estado. Ellos son especialmente jóvenes. Bien sea mediante la adulación o la falta de sensatez estos sujetos permanecen en los ministerios, hundidos en “el interior de la ballena”, como diría Orwell. Ya los grados académicos e intelectuales han dejado de importar cuando habla el jefe porque es mejor callar y hacer el felón gesto de la aceptación para quedar bien con aquél y mantenerse en su cargo burocrático.

Una interesante escena de Mephisto aclara mucho el final de los tantos que hoy pueden estar en la cima de su carrera artística, intelectual o, simplemente, burocrática -aunque asuman que su trabajo es todo lo contrario- y, se trata del final de Höfgen, quien atrapado en una luz que puede indicarle el camino, contrariamente lo encandila hasta dejarlo ciego.



http://www.codigovenezuela.com/2011/08/opinion/miguel-felipe-dorta/mephisto-y-el-arte-de-aceptacion

Publicado: 7:00 AM, 30 de Agosto 2011

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